Vale. Ya está. Estás en Cannes. Esto es el Festival. EL
Festival. Intenta describirlo: Fiesta a las 10 PM. Flashes. Enlaces. La aceituna
en el borde de una copa de Martini. Boletines de prensa. Kits. Palmeras.
Resorts. Avenues. Áreas restringidas.
El asistente de Marion Cotillard hablando en voz baja con el director de Pathé.
Gesticulan. Pocos taxis. Muchos Aston, Mercedes, Opel, Fiat. El taxi: 15 euros
del Cinémas Lido al Vérite (¡Están en la misma avenida, coño!). Con lo que gana
un taxi durante los once días del festival, el año entrante el conductor podrá venir en un
Aston, un Mercedes, un Opel o un Fiat. ¿Las víctimas? Periodistas. No todos
traen el car-rental pagado, no todos
vienen con las mini-van blindadas de CNN o TV5. Conferencia a las 9 de la
mañana, hora de Francia. Peor: A las 2 de la mañana, hora de México. Patrocinadores. Marilyn Monroe soplando velitas,
colgando de una fachada. En la acera de enfrente, Freida Pinto sube a un auto. Una
discusión al paso, en alemán. En Cannes sólo existen dos tonos de habla:
discusión o confidencia.
Función de prensa. Gafete a la vista. Cámaras en alto
(Mierda ¿no te rompe el cuello cargar ese lente?), el alegre tintineo del
carrito de las copas y botellas. Hace apenas unos años, el vestíbulo gorgoreaba
en la zona de los teléfonos y faxes. Ya no. Un reportero habla en francés, otro
en inglés cockney, otro en español, pero todos (realmente todos) caminan en
círculos mientras usan un Blackberry, un iPhone o videollamadas en un
iPad. ¿Podría usted calcular el ancho de banda que utilizan las redes
inalámbricas de Cannes? Le daremos una pista: por esa banda podría pasar
caminando un elefante.
Por la tarde, el pabellón Electrolux Agora (vaya nombre de
antro techno-queer) hospeda una gala
de beneficencia por Haití. ¿Soy el único al que ese término, “gala de
beneficencia”, le parece salido de los Luthiers o Monty Phyton? Pero esto es
Cannes, nena. Aquí el activismo es chic, lo cubre Vanity Fair y las causas más
urgentes del tercer mundo llevan un dress
code que exige Cartier y Louis Vuitton. En fin. Mientras alguien siga acordándose de Haití...
Adentro, el rumor de los flashes. Termina el discurso al
micrófono del cineasta y de su elenco. Predecibles todos; Lars Von Trier no
viene este año. There´s no Hitler anymore. Se apagan las luces. 30 minutos
después, tres periodistas salen corriendo. ¿Tan mala es? No: programa en mano,
se van a cubrir la siguiente orden del día, a mirar otra media hora de otra película. (¿Madagascar 3? ¿En serio? ¿Para eso interrumpir la de Cronenberg?) Uno de ellos repasa de un vistazo el kit de prensa, la
memorabilia en papel couché, el boletín con argumento y ficha técnica, la USB
con el trailer e imágenes listas para imprimirse en diarios. Al final del día,
los portales noticiosos de cada lengua presumirán reseñas y detalles de
películas cuyos corresponsales casi nunca ven completas.
Si se siguen las noticias hora a hora, uno queda
sorprendido: al parecer, de cada cinco filmes presentados en Cannes, siete son
obras maestras. Los medios argentinos reportarán que Los Salvajes estremeció a
la audiencia; los chilenos, que No, de Pablo Larraín, fue coronada con “____”
minutos de aplausos. Los orgullos nacionales no podrán nunca explicar como
exactamente se mide el estremecimiento de una sala ni podrán entender que,
cuando a uno le invitan el cine, canapés, champagne y recuerditos, le pagan el
hotel y lo invitan a la fiesta que la productora organiza en el Hotel Martinez
(180 euros la noche) uno tiene que
aplaudir por cortesía. Cuando ocurra la clausura, cada nación se preguntará indignada porque a su película no le dieron una canasta con la Palma de Oro, el Premio del Jurado, el FIPRESCI, la Quincena de Realizadores, la Semana de la Crítica, el báculo del Papa, la corona de Luis XV y el brassier de Lady Gaga.
Pero vale. Ya está. Estás en Cannes. Esto es el Festival. EL
Festival. Puedes leerlo en la mirada de cada periodista: aquí tengo una
sinopsis, a la mierda las películas, ¿dónde está el bar?
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