![]() |
(C)Gerhard Richter |
–Sí, después de
todo ¿para qué leer algo? Siendo el mundo una experiencia tan vasta,
inabarcable, una que abraza con tal ímpetu a todos los sentidos, que ofrece
estímulos en tantas direcciones ¿qué más va a ofrecerle a la vida una página
con letras, por perfecta que sea en su técnica, por potente que sea su estilo?–
me pregunta.
Pienso. O frunzo el ceño –señal de que se
piensa– y sonrío. Le respondo: –Pobre hombre. Lo engañaron. Alguien le ha hecho
creer que la literatura está ahí para completar al mundo, para rellenarle
huecos, resanar carencias, qué sé yo. Falso. La literatura, le digo, no ha
inventado nada ni va a cambiar los tiempos. La gente ya pensaba en monólogos y
en imágenes antes del Ulises, antes
de Joyce, de Woolf, de todos esos; las ballenas existirían tal y como son, con
o sin Melville ¿o no? Ni Flaubert patentó el adulterio, ni Bukowski el delirium tremens, ni Dickens germinó a
los niños en miseria. No. A lo que aspiran los relatos (e incluso los poemas,
incluso los ensayos o las canciones) es a otra cosa: a ordenar en cápsulas el
mundo que habitamos, delinear sus bordes para volverlo un tanto más claro,
comprensible, aceptable, digerible; ante todo, aspira a darle nombre. Sí. Para
darle nombre al mundo, para eso se escribe y para eso se lee. No para vivir;
para entender lo que se vive.
Entonces me digo, hacia dentro: –De modo que no, la literatura no le ha dado
al mundo nada que no sea la comprensión de sí mismo ni sirve para nada que no
sea para explicar todo lo demás. No sirve para pensar tampoco, pues eso lo hace
cada uno de la piel hacia adentro y por cuenta propia. Pero sirve, eso sí, para
contagiar como plaga aquello que se piensa. No sirve para encontrar respuestas,
pero sí para encontrar respuesta en otros que ya están muertos, que no existen
o que, de estar vivos, nunca existirán para nosotros porque nunca los
conoceremos.– Eso pienso, pero no en esas palabras. Ni siquiera lo pienso
en oraciones, acaso en ideas, asociaciones, recuerdos, nombres. Es una
sensación, más que un enunciado, pero poniéndolo en palabras resultaría más o
menos así.
–Ya veo a dónde va. Es como decir que escribir
y pensar son sinónimos. Pero eso no es cierto. Si lo fuera, no habría un verbo
para referirse a cada uno ¿no? Se puede pensar sin escribir nada, y no sé, tal
vez también escribir sin pensar, pero en todo caso, cuando puedes hacer una
cosa sin la otra es porque son dos cosas distintas. – me dice.
–Algo hay de razón en eso. Se puede pensar sin
escribir (venga, que levante la mano el que dijo “Sócrates”), pero escribir sin
pensar… no. Después de todo ¿conocemos de verdad a Sócrates o sólo aquello que
Platón pensaba de él? El maridaje de ambas cosas está más allá de la sinonimia.
No, no son sinónimos, pero tampoco extirpables entre si. Déjeme leerle algo…
aquí: “La señora Dalloway dijo que ella misma se encargaría de comprar las
flores. Si, ya que Lucy tendría trabajo más que suficiente. Había que desmontar
las puertas; acudirían los operarios de Rumpelmayer. Y entonces Clarissa
Dalloway pensó: qué mañana diáfana, cual regalada a unos niños en la playa”.
Veo entonces su rostro, inmediatamente después
de cerrar el libro. ¿Qué puede estar pensando? Podría estar a punto de darme la
razón o estar maquinando su siguiente argumento en contra. Podría estar
distraído, pensando en algo más.
Escuchar “desmontar las puertas” o “niños en la playa” podría haberlo
disparado hacia un recuerdo lejano, por años escondido. A veces, uno se sorprende
a sí mismo pensando “¿cómo puedo aún
recordar aquello?”
Podría hablarle ahora, de pronto, de lo reveladora que resulta Virginia
Woolf en nuestra charla; decir, por ejemplo, que la relación entre escribir y
pensar es muy parecida a la relación entre la primera y tercera personas en ese
pasaje de la Dalloway, un relato que transcurre por dentro pero se narra desde
fuera ¿no actúa más o menos así el “pensar” en la narrativa? Podría decirle
eso, podría decirle mucho más. Podría escuchar su respuesta. Pero no digo nada.
Lo miro con la mirada perdida, y pienso. Lo miro pensar. Y pienso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario