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Esperanza Lujambio no había
alcanzado el quinto peldaño de la escalera para el momento exacto en que su
hija quinceañera, de pronto implicada en un atronador caso de coprofagía y
sodomía (simultáneas) grabado en video, se lanzara al vacío desde el cuarto
piso del edificio de departamentos. En el momento en que usted lee esta línea,
Alejandra, que así se llama o se llamaba la recién suicida adolescente, estará
cumpliendo 11.6 segundos exactos de haber impactado el hemisferio lateral
izquierdo del cráneo contra el recubrimiento de adoquín de la banqueta
instalado en 2003. No podríamos decir que esta fue la causa de la muerte: Al
tiempo que la señora Lujambio saludaba con una rutinaria inclinación de cabeza
al vecino del A-301, oficinista de la vieja izquierda con ínfulas de ser el
último poeta revolucionario, el corazón de Alejandra se detenía de golpe a
escasos 2.5 metros de impactar el concreto, habiendo cumplido un ciclo de vida
de 685, 894,113 latidos en poco más de quince años. De modo que este texto se
detiene aquí, cuatro segundos antes de que Esperanza (ella sabrá disculparnos
la familiaridad repentina) abra la puerta del departamento y ocho segundos
antes de que la sobresalte el primer grito y las rápidas pisadas murmurantes
que vendrán de la avenida, sin que ella intuya aún ninguna relación entre ellas
y la ventana abierta del recibidor.
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