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No hay registro alguno de esta historia pero verdad es que,
alguna mañana de 1983, Eugenia Tablada despertó en su parca y provinciana casa
de Alicante convencida de haber vivido cuando menos una existencia anterior
truncada por el suicidio, según le acababa de revelar un sueño provocado por
una noche húmeda de brizna ligera.
Diría Eugenia (pero no le dice a nadie, sola y fantasmal
como ha vivido siempre) que aquella muerte suya, por matinal ahogamiento en un
silencioso río castellano, la provocó la noticia falsa del brutal asesinato de
su hijo de 11 años, enviado unas semanas atrás por ella misma al exilio
mexicano para apartarlo de las brumas sanguinarias que los diarios se empeñaron
en llamar guerra civil y ella, infierno.
Falsa, dijimos, era la noticia, pero eso no pudo ella
saberlo antes de internarse en el río con una piedra atada a la cintura. Entró
al agua de un tirón y sin chistar, convencida de que su Albertito era uno de
los cuatro niños que, según escuchó decir a un republicano en el mercado, fueron
degollados en Morelia por un simpatizante de Franco escondido en las
callejuelas mexicanas.
No tendremos nunca forma de saber cuanto de sueño, delirio o
verdad hay en lo anterior. Así fue soñado por Eugenia, que ha despertado
convencida no sólo de la incuestionable veracidad de su reencarnación sino de
que su Albertito existe y sigue vivo. Curioso sería leer la carta que está
pensando escribirle pues no se trata solamente de decir “Yo soy tu madre” sino
“Yo soy la que en otro tiempo fue tu madre” y esa, ciertamente, no es una cosa
muy común para decir.
Dejemos aquí a Eugenia, sentada al borde su cama penumbrosa,
tan sola y silenciosa como siempre, perdida en el ensueño de un hijo que nunca
tuvo pero que en otra vida asegura haber tenido. No vamos, por supuesto, a
dudar de lo que afirma. Vaya el lector a saber si en algún de España, ahora
mismo, alguien no estará escribiendo que alguna mañana de 1983 don Alberto
despertó en su fantasmal casona en la Ciudad de México y dice: “He soñado que
mi madre me soñaba y una carta me escribía.”
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